divendres, 20 de juny del 2008

Vivimos en el tiempo del maquillaje. El Gobierno llama desaceleración a lo que la humanidad vive como crisis, y el PP no ve más que distintas sensibilidades donde todo el mundo ve tendencias enfrentadas. Detrás de cada eufemismo hay un tabú indeseable y, por tanto, impronunciable. El lenguaje de la política siempre ha estado lleno de unos y de otros, como si las palabras pudieran neutralizar la realidad que se niegan a nombrar.
El pesimismo no crea puestos de trabajo. Está por ver que los cree el optimismo. El vocabulario político trata siempre de mostrar el vaso medio lleno, pero en los últimos años el ambiente se ha llenado de sintagmas de buen ver como conducciones de agua, soluciones habitacionales o derecho a decidir. Por no hablar de clásicos como impuesto revolucionario o regulación de empleo. La cosmética verbal se extiende.
Los lingüistas definen tabú como la palabra que un hablante evita por motivos religiosos, supersticiosos o sociales. Pero la venenosa realidad tiene un antídoto, el eufemismo (del griego eu –bien- y pheme –modo de hablar-). En su clásico Diccionario de Términos Filológicos (recién reeditado por Gredos), Fernando Lázaro Carreter proponía varias causas para explicar su uso: el deseo de adaptarse a una circunstancia en la que la palabra resultaría plebeya (cabello por pelo, seno por pecho); el ennoblecimiento de la persona (profesor por músico); la cortesía (que resulta en fórmulas de “dudoso gusto” como “su señora” por “su mujer”); o la necesidad de atenuar una evocación penosa. Esta última causa ha modificado términos supuestamente negativos y ha originado la inflación de vocabulario políticamente correcto: el ciego es invidente, el inválido, minusválido o discapacitado. Sin olvidar que Barack Obama puede ser para unos negro y para otros, afroamericano. Y para casi nadie, mulato, palabra en desuso en tiempos poco dados al matiz.
El eufemismo, con todo, no es más que uno de los muchos medios de la lengua para renovarse. De algunos ni siquiera recordamos que lo son y que tienen origen en un tabú. Igual que nadie repara en el ojo de la aguja o en los dientes de la sierra como las metáforas (gastadas) que son, casi nadie es consciente de que, por ejemplo, para nombrar la mano izquierda el castellano usó una forma vasca (ezker) para orillar las connotaciones “siniestras” derivadas del término latino “sinister”. Su pareja “dexter” no tuvo problemas para evolucionar a “derecha”. Hasta no hace tanto, a los zurdos les tocó padecer una superstición que supuestamente se remonta al mal augurio que suponía que las aves volasen a nuestra izquierda o al hecho de que Judas fuese zurdo. Y pelirrojo, algo que también generó desvaríos supersticiosos. Como decía el clásico, el lenguaje no se inventa, se hereda.
“El eufemismo es un mecanismo imprescindible, no una anomalía”, subraya José Antonio Pascual, miembro de la Real Academia Española y experto en lexicografía. “Sirve para limar las asperezas de la lengua. Sólo hay que ver cómo ha evolucionado el lenguaje escatológico. Cuando se reguló la eliminación de aguas fecales, en las casas se le reservó el nombre del mejor espacio, el retrete, literalmente, lo más retirado. Decir papel higiénico, por ejemplo, es muy poco preciso, pero se trata de evitar la grosería. Todos agradecemos que nos saluden en el ascensor”.
De hecho, al académico le preocupa más el disfemismo, que busca el efecto contrario al eufemismo eligiendo la expresión más ruda. El eufemismo, recuerda Pascual, es un mecanismo similar al que hizo que cambiara el color de los uniformes de la policía nacional. Los grises del franquismo mudaron de color durante la transición para vestir de marrón. Y cuando se convirtieron, según la expresión popular, en maderos, pasaron a hacerlo de azul. “La policía ha perdido muchas de las connotaciones que tenía. Ya no da miedo a nadie… salvo en Coslada”, concluye el catedrático de Lengua.
Con todo, el propio Pascual advierte de que los eufemismos son como las tijeras. Su bondad depende del uso que se les dé: “Si los usas de forma inmoral, en lugar de facilitar la comunicación aumentas la confusión”. Es lo que suele pasar en el juego político, donde un exceso puede rozar la manipulación: “Las palabras tienen un halo connotativo muy fuerte. Por eso el Gobierno abandonó la palabra trasvase, que se había cargado de negatividad”. Antes de que la lluvia lo hiciera innecesario, éste recibió toda una colección de denominaciones con más meandros que el Ebro destinadas a negar la evidencia: desde captación-transferencia-traslado-aportación puntual de agua hasta conducción de caudales, pasando por interconexión temporal de cuencas hídricas o conexión de sistemas dentro de la misma demarcación hidrográfica.
Solucionado el abastecimiento de Barcelona, el otro gran tabú gubernamental es la palabra crisis, oficialmente desaceleración (aunque por momentos se nos conceda que acelerada). En 2000, el actual presidente de la agencia Efe, Álex Grijelmo, publicó La seducción de las palabras (Taurus), un libro sobre la manipulación lingüística en el que se analiza cómo funciona un término tan caro a los tecnócratas y tan extraño al común de los hablantes, que nunca desaceleran; como mucho, frenan. “El prefijo negativo des”, explica Grijelmo, “se hace acompañar aquí del término positivo acelera, en otro ejemplo de contradicción seductora, alterando la percepción del concepto para embaucar a los electores. Así, creemos que la economía llevaba una marcha positiva muy acelerada, y que por eso no importa que pierda velocidad”. Efectivamente, la combinación de prefijo negativo y término positivo es todo un clásico en la construcción de eufemismos: los que antes eran pobres ahora son desfavorecidos, y los libros que antes estaban agotados ahora aparecen como no disponibles.
Se atribuye a Talleyrand la ocurrencia de que el lenguaje le ha sido dado al hombre para que pueda ocultar el pensamiento, una idea que retrata tanto al hábil político (y ex obispo) de la Francia posrevolucionaria como a los de su gremio. En la política, en efecto, el eufemismo es moneda corriente. Se trata de un campo en el que “el encubrimiento siempre ha existido. Su máxima expresión sería la diplomacia, claro”, apunta Antonio Elorza. Aunque tradicionalmente ese encubrimiento surgía más del pragmatismo que de la voluntad de engañar, el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense señala que el siglo XX asistió al perfeccionamiento de las técnicas de persuasión por el creciente peso en la política de la mercadotecnia y la propaganda. Y esa perfección tiene un nombre: Joseph Paul Goebbels, ministro de Instrucción Pública y Propaganda de Hitler y autor de aquella famosa frase según la cual una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Para Elorza, “el eufemismo como deformación consciente y sistemática proviene, sí, de los lenguajes totalitarios”. Las dictaduras, en efecto, han dado perlas como la democracia orgánica de Franco o la República Democrática de Alemania del régimen comunista germano. Sin olvidar que el nombre oficial de la actual Junta Militar birmana es Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo. Al lado de la cruda realidad, la ficción inventada por George Orwell en su novela 1984 parece puro costumbrismo, por mucho que en la neolengua del régimen del Gran Hermano el Ministerio del Amor sea el encargado de mantener el orden (por los medios que sea) o el Ministerio de la Paz se dedique a los asuntos de la guerra. ¿Pero qué es eso comparado con llamar a un genocidio solución final o limpieza étnica?
Con todo, en democracia también se narcotiza a la población con un lenguaje “que dulcifica la realidad”. Es lo que sostiene la filóloga y periodista Irene Lozano, autora de El saqueo de la imaginación (Debate), un ensayo subtitulado Cómo estamos perdiendo el sentido de las palabras. Lozano recuerda cómo a los reclusos de Guantánamo se les niegan sus derechos como presos de guerra considerándolos “combatientes enemigos ilegales”, y habla de un personaje inquietante, Franz Luntz, consultor de los republicanos estadounidenses, que, entre otras cosas, recomendó evitar la palabra capitalismo. Para sustituirla nacieron “libre empresa” y “economía de mercado”.
Con su consolidación, el eufemismo político llega a convertirse en seña de identidad. Términos como Estado español por España o Euskal Herria por Euskadi (y viceversa) identifican inmediatamente a quien los utiliza. “El gran problema”, abunda Elorza, “es que se te escapa violencia por terrorismo e impuesto revolucionario por extorsión. Acabas metido en un bosque semántico”. Para el profesor donostiarra, el nacionalismo es especialmente dado a la “traslación de significados”. La última gran propuesta del lehendakari Ibarretxe se llama consulta y no referéndum, y lo que plantea no es la autodeterminación, sino el derecho a decidir. “¿Y quién no admite el derecho a decidir?”, se pregunta Elorza. “El Gobierno vasco no puede hablar de independencia porque sabe que la quiere una minoría de la población, pero el derecho a decidir suena tan positivo que no se discute. Lo mismo sucede con la expresión ‘sentirse cómodo’, tan usada por los nacionalistas catalanes. En el fondo oculta la bilateralidad, es decir, Estado confederal, no federal”.
Así las cosas, ¿cómo puede un eufemismo dejar de parecerlo? ¿Cuándo se integra en la lengua sin antecedentes penales? Elorza señala a la prensa como principal vía de limpieza. También ayuda, en el caso del lenguaje nacionalista, que sea asumido por un partido que no lo sea: “Es lo que hizo el PSOE al hablar de diálogo con ETA, algo que en política no existe”. Según Elorza, el partido socialista es muy dado a los eufemismos. El PP, casi nada: “Prefiere la hipérbole”. La cuestión de los eufemismos, tan pegados al poder, recuerda a la advertencia del descreído Humpty Dumpty de Alicia: “La cuestión no es saber qué significan las palabras, la cuestión es saber quién manda”.

“En español se dice crisis”, El País

dimarts, 10 de juny del 2008

bye bye

Con esta última entrada quiero dar por terminado mi blog. Me hubiera gustado que fuese más original y poder haber aportado otras curiosidades que no fueran únicamente las tascas de la asignatura, pero con otras seis asignaturas más, me ha resultado imposible.

Sólo quiero acabar diciendo que, a pesar de que al principio creí que sería una tarea un poco pesada y trabajosa, ha acabando siendo divertida. Además, me ha permitido ir repasando e interiorizando los conceptos vistos en clase, que si no hubiese sido por el bloc, no los habría revisado. También me ha resultado divertido el hecho de recordar mis experiencias “estudiantiles”, poder compartirlas con mis compañeras y poder saber un poco más sobre las suyas.

¡Espero que todo os vaya muy bien!

Y espero seguir leyendo vuestras experiencias, si alguna decide continuar con el blog…

Aprendizaje en línea

Parece ser que al fin hemos llegado a la última tarea de esta asignatura y qué mejor manera que dedicarle una entrada explicándoos mi limitada experiencia como aprendiz de lenguas en línea.

Como ya he dicho, mi experiencia como aprendiz en línea es muy limitada, por no decir que casi no he tenido experiencia. Mi colegio sólo tenía un aula de ordenadores, que únicamente la pisábamos para hacer la clase de informática una vez por semana, en la que sólo nos enseñaban mecanografía…y en el colegio donde hice el bachillerato, si había alguna aula de informática, yo no la vi… Creo que con esto es suficiente para que os hagáis una idea de mi “experiencia” como aprendiz en línea. Ah, se me olvidaba… la academia de idiomas también tenía un aula con ordenadores, pero sólo los utilizamos 3 o 4 veces en los casi diez años que estuve estudiando allí.

Como podéis ver, mi experiencia como aprendiz de lenguas en línea es inexistente, hasta que no llegué a la universidad no utilicé ningún tipo de plataforma con fines educativos como moodle o campus global. Y ha sido en esta asignatura en la que de verdad creo que se han potenciado estos recursos, ya que en otras asignaturas sólo se utilizaban estas plataformas para colgar los materiales del curso y las diferentes prácticas. En esta asignatura he aprendido a utilizar forums, xats, blogs y wikis y gracias a ella he aprendido que estos recursos son igual de útiles que los recursos más tradicionales.
Finalmente, me gustaría añadir que considero el aprendizaje en línea es un método muy interesante, pero que debería potenciarse más por parte de las entidades educativas, ya que muchas veces los alumnos no saben la infinidad de recursos que existen para aprender una lengua. Sin embargo, no creo que éste sea el único método que debería emplearse en la enseñanza lingüística en línea, pues que en numerosos veces es necesaria la ayuda de un profesional de la enseñanza para resolver según que tipo de dudas.

dissabte, 7 de juny del 2008

Evaluación

Después de unos días de inactividad blocaire debida a los numerosos trabajos, prácticas y demás actividades propias de nuestro queridísimo sistema de evaluación continua (y final) del Plan Bolonia, vuelvo a estar por aquí para hablaros de mi experiencia con los diferentes sistemas y enfoques de evaluación.
A lo largo de mi vida como estudiante he tenido la oportunidad de experimentar diferentes enfoques de evaluación en lo que a la enseñanza de lenguas respecta. En primer lugar, en la ESO y el Bachillerato los sistemas de evaluación que más predominaban eran el sumativo y el cuantitativo. En parte, parece bastante obvio que se evalúe de este modo a los estudiantes ya que esto les servía para saber si estaban preparados o no para presentarse a la selectividad. Sin embargo, los profesores, sobre todo en la ESO, también valoraban el esfuerzo personal y el trabajo diario de cada alumno, aunque, en gran parte, el peso importante de la nota final lo tenían los exámenes. Por otra parte, si no recuerdo mal, la única experiencia de evaluación ipsativa que he tenido ha sido en una asignatura de interpretación simultanea, en la que des del primer momento, el profesor nos dijo que lo que le iba a tener en cuenta para aprobarnos o no era el progreso y el esfuerzo personal de cada uno. La verdad es que creo que es una de las mejores maneras de evaluar, ya que adapta a cada alumno la evaluación en función de sus conocimientos previos y los posteriores. Sin embargo, dependiendo de lo qué se evalúe, este nos es el mejor método. Por ejemplo, en las pruebas para obtener títulos oficiales. Finalmente, la evaluación continua la he “sufrido” en estos dos últimos años de carrera. Creo que es un método de evaluación correcto si se aplica bien, ya que muchas asignaturas en esta universidad, además de evaluar de forma continua (con prácticas semanales y ejercicios varios), también lo hacen de manera final.
En cuanto a los propósitos de evaluación, creo que en mayor o menor medida he experimentado todos los tipos de pruebas presentadas. Las pruebas de diagnóstico las experimenté sobre todo en la ESO y el Bachillerato, cuando, al principio de curso, nos hacían la típica “avaluació inicial” para saber cómo íbamos; las pruebas de adscripción también las experimenté en la ESO en las asignaturas de catalán, castellano, inglés y matemáticas, cuando nos dividían en tres grupos dependiendo del nivel de cada alumno; los típicos exámenes de verbos supongo que pertenecen a las pruebas de aprendizaje y, finalmente, las pruebas de assoliment a final de trimestre han sido todo un clásico en la enseñanza.
Referente a los instrumentos de evaluación, también he experimentado la mayoría de los que se han presentado, aunque creo que los que más han destacado han sido los tests de elección múltiple, sobre todo en los exámenes de inglés, las entrevistas orales, también en los exámenes de expresión oral de inglés, los trabajos en equipo y los ejercicios de clase. No recuerdo ninguna experiencia memorable con estas actividades, únicamente que me ponía muy nerviosa en los exámenes orales (entrevistas orales) de la academia de inglés, en los que entrabas de dos en dos a un aula y el profesor iba haciendo preguntas, escuchando y puntuando cómo te expresabas en inglés.
Finalmente, considero que, en general, he recibido una evaluación justa de mi aprendizaje porque casi siempre he recibido la nota que más o menos espero.